«Un bel dì vedremo…»
«Un bello día veremos levantarse un hilo de humo en el extremo confín del mar»
Así empieza una de las arias de ópera más famosas de la historia.
Esperanza, espera y desesperación.
Más de 100 años han pasado desde que Puccini dejase de retocar el libreto de Madama Butterfly y sin embargo éste tan actual como el primer día.
Sin equilibrio, sin reciprocidad, nada funciona. Si das tienes que recibir. La mayoría damos mucho más de lo que recibimos (precio y valor nunca estuvieron tan alejados).
Esperar algo que nunca vendrá, o que llegará viciado, es engañarse a uno mismo.
Preguntas que sobrevuelan y que amenazan con aplastarnos ¿seremos reemplazados por unas máquinas que la mayoría no entendemos? ¿viviremos esperando una revolución humanista que podría no llegar nunca?
Esperanza de vida. Un término diabólico. Mejor nos iría si al construir la típica frase «la evolución tecnológica permitirá un aumento importante de la esperanza de vida» pudiésemos sustituirla por algo como «la evolución tecnológica permitirá un aumento importante de la ilusión de vida»
Yo no quiero tener esperanza de vida, quiero tener ilusión de vida.
Tener esperanza es asumir que estoy en una situación imperfecta y anhelar que, algún día, esa situación pueda mejorar hasta el punto que ya no necesite volver a esperar nada mejor.
Tener ilusión es dejar de preocuparse por lo que soy ahora, asumirlo como válido y enfrentar el camino de la vida con una curiosidad positiva, con la certeza de que me iré encontrando cosas en ese camino que mejorarán mi existencia.
Es la certeza de la incertidumbre: saber que algo habrá y saber también que nunca podré saber lo que es hasta que lo haya encontrado.
La esperanza es la madre de la desesperación y la mayor aliada del conformismo y el autoengaño. Cuando ves que tu tiempo se acaba, y lo anhelado por tanto tiempo no llega, te conformas con lo que tienes y creas una realidad basada en los ‘podría ser peor’.
La ilusión es hermana de la curiosidad y ésta del descubrimiento. Curiosidad llevada en volandas por un movimiento continuo hacia la fascinante incertidumbre de la vida.
La vida se acaba cuando sólo nos queda la esperanza. Y, sin embargo, la vida vale la pena, incluso en la expiración del último hálito, si hay en nosotros un gramo de ilusión.
Ilusión entendida como entusiasmo, esa adhesión fervorosa que nos mueve a luchar por una buena causa, la de ser felices mientras vivimos.
La esperanza acaba con Cio-Cio-San. La muerte auto inflingida como punto final de la espera.
No le ha valido la pena, pero ella ya nunca lo sabrá. ¡Viva la ilusión que nos aleja de la muerte en vida!