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lunes, 18 de febrero de 2013

DOÑA CANDELARIA


Doña Candelaria está a punto de cumplir 66 años. Para ella el llamado ‘efecto 2000’ fue más bien un ‘defecto’. Ese año, tras una larga enfermedad, perdió a su marido autónomo (debido a un cáncer, lo de ser autónomo todavía no se consideraba enfermedad).

Doña Candelaria, dicen por ahí, no trabajó nunca. Su ocupación de toda la vida fue cuidar de sus tres hijos y de su marido (cobraba en ‘B’ de Besos y los declaraba de vez en cuando)  y, al quedarse viuda, la pensión que le correspondió por tal concepto fue de ‘casi’ 600 € al mes (la pensión era por lo de la viudedad, los Besos los sigue cobrando todavía).

Afortunadamente, su capacidad de administrar y el trabajo de más de 40 años de su marido habían sido suficientes para tener su casa totalmente pagada y para cobrar una pequeña renta de un local alquilado.

Doña Candelaria nunca fue la misma desde que su marido murió, ni siquiera sus hijos y sus nietos lograron devolverle la ilusión. No obstante siempre estuvo dispuesta a ‘echarles una mano’ en todo lo que pudiese. Y esa fue su perdición.

Sus hijos, tal y como lo había sido siempre su padre, también eran masoquistas, perdón, autónomos, y siete años después de la muerte de éste, sus negocios se tambalearon y, ante la posibilidad de coger esa ‘mano’ que les ofrecía su madre, también le cogieron el  brazo y el resto del cuerpo a la ‘pobre’ Doña Candelaria.

Le hipotecaron su casa y, de paso, la convirtieron en avalista de algunas otras deudas empresariales. Lo que pasó después es fácil de imaginar, la crisis se llevó por delante los negocios de esos, sus hijos, y con ellos el patrimonio de Doña Candelaria.

No obstante, al margen de burofaxes, citaciones, embargos preventivos y similares, Doña Candelaria tuvo ‘suerte’, pudo vender su casa en 2010 apresuradamente, pudo amortizar el saldo total de la hipoteca que pesaba sobre ella y pudo obtener un ‘enorme’ beneficio: el dinero para la mudanza a un nuevo piso de alquiler que todavía no sabía si iba a poder pagar por mucho tiempo, teniendo en cuenta que le costaría más o menos lo mismo que cobraba de pensión.

Desde hace un año Doña Candelaria tiene una rutina los primeros días de cada mes, acude a la caja de ahorros donde tiene la cuenta en la que le ingresan la pensión y retira todo el dinero, y no lo hace sólo para pagar su alquiler y para comprar comida, lo hace también porque es una mujer muy previsora y sabe que, aunque su pensión mínima es inembargable, el saldo de su cuenta corriente no lo es.

A pesar de todo Doña Candelaria sigue viendo mucho a sus hijos. Y siempre dice que, si se volviese a dar la situación en que tuviese que ayudarles, y dispusiese de una casa que hipotecar, no dudaría en volver a ponerla como garantía.

Doña Candelaria no es estúpida, más bien todo lo contrario: es madre. Una madre como es debido, de las que quieren a sus hijos más que a su vida. Y no tiene la culpa de haber parido tres autónomos en un país en donde le hubiera resultado más fácil dar a luz a tres funcionarios.

Pero Doña Candelaria recuerda a su marido y con una voz orgullosa, con un tono que puede parecer incluso arrogante, hace una apología de la que fue su forma de vida como mujer y madre de empresarios: de uno al que no se lo llevó la crisis sino la vida, y de otros tres que todavía siguen luchando por una segunda oportunidad, también para ella.

Y le dice a todo el que la quiere escuchar que no cambiaría su vida por la de nadie, y que está segura de que no se merece lo que le ha pasado, pero que asume la responsabilidad de sus decisiones y que sólo espera vivir lo suficiente para ver cómo sus hijos salen del hoyo en el que están metidos.

Doña Candelaria sale todos los días a pasear “porque pasear todavía es gratis” [sic] y siempre con la sonrisa en la cara “porque la gente no se merece que le traslades tus problemas, ya tiene bastante con los suyos” [sic].                   

Yo he podido hablar con Doña Candelaria en varias ocasiones y lo que más me ha sorprendido siempre es que, debajo de sus problemas, debajo de sus angustias, debajo de sus miedos, surge una firme convicción que le hace sacar fuerzas de “no se sabe donde” y que tiene que ver con el orgullo de ser responsable de tus actos en la vida y con la dignidad que hay que tener para asumir las graves consecuencias de tus decisiones.

Creo que Doña Candelaria ha sido y será mucho más que la mujer o la madre de unos simples autónomos, estoy convencido de que esas pequeñas empresas que tanto supusieron para los suyos nunca hubieran sido posibles sin su figura y por ello desde aquí me gustaría rendirle un gran homenaje en forma de una única palabra: ¡GRACIAS!   

Si quieres escuchar este artículo de viva voz pincha aquí            Doña Candelaria

martes, 12 de febrero de 2013

¡ES LA GUERRA!



Mi última colaboración para ASCEGA y ¡con sorpresa!
¡Es la guerra!

martes, 5 de febrero de 2013

sábado, 2 de febrero de 2013

TÚ (Acróstico)


Emprendes cada día con la misma ilusión que el día que emprendiste por primera vez.

Miras al futuro sabiendo que, para tu negocio, el presente es lo único que importa.

Pides comprensión a todos los afectados por tus errores, en especial a ti mismo.

Recuerdas a los que un día te dijeron que no lo lograrías y sonríes.

Esperas, trabajando, que todo mejore y, sin darte cuenta, tú lo estás haciendo posible.

Navegas en un océano de incertidumbre pero sabes gobernar tus miedos.

Descubres que has elegido la ocupación más difícil pero, sin duda,  la más apasionante.

Entiendes que tropezar no es sinónimo de abandonar y sigues adelante.

Sabes que no hay metas ni medallas, tan sólo una gran carrera en la que competir.   

Asumes que volver a la casilla de salida es una nueva oportunidad para jugar y ganar.

Ríes satisfecho al ver la imagen orgullosa que cada mañana te devuelve el espejo.

Imaginas el día en que ser empresario signifique para la sociedad lo mismo que para ti.

Observas que, en vertical, sumas lo mejor de ser emprendedor y  de ser empresario.


Mi artículo del 28 de enero  para www.ascega.es