Doña Candelaria está a punto de
cumplir 66 años. Para ella el llamado ‘efecto 2000’ fue más bien un
‘defecto’. Ese año, tras una larga enfermedad, perdió a su marido autónomo
(debido a un cáncer, lo de ser autónomo todavía no se consideraba enfermedad).
Doña Candelaria, dicen por ahí,
no trabajó nunca. Su ocupación de toda la vida fue cuidar de sus tres hijos y
de su marido (cobraba en ‘B’ de Besos y los declaraba de vez en cuando) y, al quedarse viuda, la pensión que le
correspondió por tal concepto fue de ‘casi’ 600 € al mes (la pensión era por lo
de la viudedad, los Besos los sigue cobrando todavía).
Afortunadamente, su capacidad de
administrar y el trabajo de más de 40 años de su marido habían sido suficientes
para tener su casa totalmente pagada y para cobrar una pequeña renta de un
local alquilado.
Doña Candelaria nunca fue la
misma desde que su marido murió, ni siquiera sus hijos y sus nietos lograron
devolverle la ilusión. No obstante siempre estuvo dispuesta a ‘echarles una
mano’ en todo lo que pudiese. Y esa fue su perdición.
Sus hijos, tal y como lo había
sido siempre su padre, también eran masoquistas, perdón, autónomos, y siete
años después de la muerte de éste, sus negocios se tambalearon y, ante la
posibilidad de coger esa ‘mano’ que les ofrecía su madre, también le cogieron
el brazo y el resto del cuerpo a la
‘pobre’ Doña Candelaria.
Le hipotecaron su casa y, de
paso, la convirtieron en avalista de algunas otras deudas empresariales. Lo que
pasó después es fácil de imaginar, la crisis se llevó por delante los negocios
de esos, sus hijos, y con ellos el patrimonio de Doña Candelaria.
No obstante, al margen de
burofaxes, citaciones, embargos preventivos y similares, Doña Candelaria tuvo
‘suerte’, pudo vender su casa en 2010 apresuradamente, pudo amortizar el saldo
total de la hipoteca que pesaba sobre ella y pudo obtener un ‘enorme’
beneficio: el dinero para la mudanza a un nuevo piso de alquiler que todavía no
sabía si iba a poder pagar por mucho tiempo, teniendo en cuenta que le costaría
más o menos lo mismo que cobraba de pensión.
Desde hace un año Doña Candelaria
tiene una rutina los primeros días de cada mes, acude a la caja de ahorros
donde tiene la cuenta en la que le ingresan la pensión y retira todo el dinero,
y no lo hace sólo para pagar su alquiler y para comprar comida, lo hace también
porque es una mujer muy previsora y sabe que, aunque su pensión mínima es
inembargable, el saldo de su cuenta corriente no lo es.
A pesar de todo Doña Candelaria
sigue viendo mucho a sus hijos. Y siempre dice que, si se volviese a dar la
situación en que tuviese que ayudarles, y dispusiese de una casa que hipotecar,
no dudaría en volver a ponerla como garantía.
Doña Candelaria no es estúpida,
más bien todo lo contrario: es madre. Una madre como es debido, de las que
quieren a sus hijos más que a su vida. Y no tiene la culpa de haber parido tres
autónomos en un país en donde le hubiera resultado más fácil dar a luz a tres
funcionarios.
Pero Doña Candelaria recuerda a
su marido y con una voz orgullosa, con un tono que puede parecer incluso
arrogante, hace una apología de la que fue su forma de vida como mujer y madre
de empresarios: de uno al que no se lo llevó la crisis sino la vida, y de otros
tres que todavía siguen luchando por una segunda oportunidad, también para
ella.
Y le dice a todo el que la quiere
escuchar que no cambiaría su vida por la de nadie, y que está segura de que no
se merece lo que le ha pasado, pero que asume la responsabilidad de sus
decisiones y que sólo espera vivir lo suficiente para ver cómo sus hijos salen
del hoyo en el que están metidos.
Doña Candelaria sale todos los
días a pasear “porque pasear todavía es gratis” [sic] y siempre con la sonrisa en la cara “porque la gente no se
merece que le traslades tus problemas, ya tiene bastante con los suyos” [sic].
Yo he podido hablar con Doña
Candelaria en varias ocasiones y lo que más me ha sorprendido siempre es que,
debajo de sus problemas, debajo de sus angustias, debajo de sus miedos, surge
una firme convicción que le hace sacar fuerzas de “no se sabe donde” y que
tiene que ver con el orgullo de ser responsable de tus actos en la vida y con
la dignidad que hay que tener para asumir las graves consecuencias de tus
decisiones.
Creo que Doña Candelaria ha sido
y será mucho más que la mujer o la madre de unos simples autónomos, estoy
convencido de que esas pequeñas empresas que tanto supusieron para los suyos
nunca hubieran sido posibles sin su figura y por ello desde aquí me gustaría
rendirle un gran homenaje en forma de una única palabra: ¡GRACIAS!
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