Emprendes cada día con la misma ilusión que el día que
emprendiste por primera vez.
Miras al futuro sabiendo que, para tu negocio, el presente
es lo único que importa.
Pides comprensión a todos los afectados por tus errores, en
especial a ti mismo.
Recuerdas a los que un día te dijeron que no lo lograrías y sonríes.
Esperas, trabajando, que todo mejore y, sin darte cuenta, tú
lo estás haciendo posible.
Navegas en un océano de incertidumbre pero sabes gobernar
tus miedos.
Descubres que has elegido la
ocupación más difícil pero, sin duda, la
más apasionante.
Entiendes que tropezar no es sinónimo de abandonar y sigues
adelante.
Sabes que no hay metas ni medallas, tan sólo una gran carrera
en la que competir.
Asumes que volver a la casilla de salida es una nueva
oportunidad para jugar y ganar.
Ríes satisfecho al ver la imagen orgullosa que cada mañana
te devuelve el espejo.
Imaginas el día en que ser empresario signifique para la
sociedad lo mismo que para ti.
Observas que, en vertical, sumas lo mejor de ser emprendedor
y de ser empresario.
Mi artículo del 28 de enero para www.ascega.es
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