A veces sólo es ponerse. A escribir. Y hoy es una de esas veces.
Cuando ya hace mucho que el hastío o la vorágine, o ambas cosas, te mantienen amarrado a un noray sin cuerda visible que te impida zarpar, parece que la pluma naufragará si lo intentas. Y no es cierto, las ideas siempre flotan si están bien escritas.
Y metáforas náuticas aparte, hoy toca, por fin, escupir emociones y esculpir historias. Hoy toca tocarte el corazón. Hoy toca, lo que toca ¿sientes el traqueteo de tanta “t” y de tanta “oca”? ¿Ritmo?
Érase una vez un sentimiento de vacío, un sentimiento que necesitaba una razón que lo llenase. Un sentimiento que estaba convencido de que él mismo acabaría esfumándose o, todavía peor, que acabaría vagando eternamente por el universo de las emociones si algo no lo anclaba rápidamente a la realidad.
Pero por mucho que se esforzaba, el diámetro del vacío de ese sentimiento crecía y crecía cada día y alejaba la posibilidad de encontrar certezas lo suficientemente grandes y pesadas para lograr sujetarlo. Y las pocas que encontraba, aunque eran tan esenciales como la muerte, el miedo o el amor, parecían flotar en una realidad que era una y, al cabo, parecía otra.
Y el vacío lo invadió todo, ahogando al sentimiento hasta matarlo, y aunque no fue exactamente de un modo cruel sí fue algo lo suficientemente rápido como para no dejar huella alguna de su existencia. Sentir, a veces, es más dramático que presentir, aunque no fuera así en esta ocasión donde el vacío sabía de antemano que el sentimiento también sabía quién iba a triunfar. -FIN-
Entramos de lleno y a toda velocidad en una nueva era, un lugar en el que apenas hemos rasgado el envoltorio y ya nos estamos “pellizcando” a nosotros mismos para entender que sí, que es real la irrealidad que aquél envuelve.
Y noqueados los que pensamos, alucinados los que permiten que otros piensen por ellos e indiferentes los que no piensan hoy ni lo han hecho nunca, todos viajamos a lo desconocido. No a ese lugar ignoto lleno de monstruos inventados, no a ese falso refugio del más allá… sino a una realidad que ya no será la nuestra, una realidad que todavía no puede ser destino de este viaje porque no existe y, como no tenemos palabra que la defina (como decía Steiner), puede que no llegue a existir nunca.
Y no hay peor incertidumbre que la de no saber hacia donde se dirige el tren cuando te han obligado -a empujones- a subir a los vagones del ganado sin preguntarte siquiera, sin explicarte quién lo conduce, sin reconocerte que no hay nadie a los mandos, que quizá sea la inercia de una leve pendiente la que nos mantiene en marcha o el simple hecho de que, una vez dentro, lo único importante es ir ¿a dónde?, sólo “ir”…
Sí nos informan que son muchos los que han adquirido con agrado su billete a ninguna parte y que, por ello, el resto nos merecemos, no sólo el hacinamiento sino el reproche sobre nuestro escepticismo (ellos lo llaman rebeldía) e, incluso, cierto castigo por nuestra insolidaridad.
Pero lo cierto es que este tren no tiene trazas de aminorar la marcha ni de llegar a ninguna parte, y cada día sube más gente y va más rápido, por lo que habrá que ir pensando en cambiarse de “vagón”, no sólo por estar más cómodos sino por intentar influir cínicamente, cuál Antístenes (digan lo que digan algunos “Platones”), e intentar convencer a los viajeros de que la felicidad está más en el interior de cada uno, en la vida simple, acorde con nuestra verdadera naturaleza como hombres: personas que llevamos dentro de nosotros el verdadero y único bien.
No cabe desear, ni va a suceder un deus ex machina que, sin venir a cuento, lo cambie todo o, al menos, nos lo explique. La solución (si es que existe el problema), está en cada uno de nosotros, viajemos en el vagón que viajemos, logremos o no cambiar de ubicación, quizá para unos se trate de ver el paisaje que pasa a toda velocidad tras la ventanilla sin cuestionarse la forma de viajar ni mucho menos si hay o no destino. Quizá otros salten del tren en marcha: para morir a su manera (no lo recomiendo, pura física). Y quizá otros tengamos que intentar entender el porqué, sin esperanza alguna de conseguirlo.
Artículo escrito sin IA, en La Coruña a 8 de abril de 2025.