Recuerdo, como ejemplo, mi etapa de
ascensorista del maravilloso hotel Waldorf Astoria, situado en el mismo
lugar que hoy ocupa el Empire State y en el que pude conocer a lo más
granado de la sociedad neoyorquina de esos años y, por ende, recibir las
propinas más grandes de mi vida.
Maravillosa juventud que creía eterna e
indestructible, siempre subiendo, siempre hacia arriba. Hasta aquel otoño de
1929.
Ahí llegó el principio del fin.
Todo lo que habíamos conocido los últimos años
en esa increíble ciudad se desmoronó.
Cuando la bolsa de Nueva York anunció el mayor
Crack de la historia, mi mundo dejó de existir.
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