El mito del emprendedor, la mitología del emprendimiento.
No se trata de crear nuestra Galatea, pero sí de encontrar
algo que se le parezca lo máximo posible, varias veces, las veces que haga
falta.
El emprendedor, cual Pigmalión, sueña con una empresa capaz
de hacerle feliz, un lugar en el que el éxito económico y el placer de trabajar
se combinen el máximo tiempo posible.
La realidad que suele encontrarse es otra: si emprende algo
que le hace feliz puede que no sea sostenible a largo plazo o que, simplemente,
no satisfaga sus expectativas de beneficio económico razonable. Si es muy
rentable a corto puede que no tenga nada que ver con su felicidad y que, a
medio plazo, cuando el negocio deje de serlo, al emprendedor no le quede nada a
lo que agarrarse.
Muy pocas veces los ‘dioses’ se apiadan del emprendedor
concediéndole cumplir su sueño y haciéndole ganar mucho dinero en un negocio
que sea fuente de felicidad duradera.
El enfoque emprendedor deberá ser otro, deberá alejarse del
mito a largo plazo porque lo único que conseguirá es enamorarse de una estatua
que nunca cobrará vida por mucho que sueñe.
Se trata de ‘esculpir’ una Galatea tras otra, sin
enamorarse de ninguna de ellas, se trata de crear una empresa equilibrada,
donde felicidad y rentabilidad estén presentes en dosis aceptables, se trata de
dejar marchar a una Galatea cuando notemos los primeros signos de agotamiento,
se trata de prepararnos para recibir a una nueva Galatea que nos lleve de la
mano hasta la siguiente.
Seremos emprendedores sucesivos por necesidad, capaces de
reinventarnos para sobrevivir a nosotros mismos, a la desidia, a la displicencia, al hastío. No dispondremos de grandes
cantidades de dinero con las que podamos comprar el derecho a llamarnos
inversores, nuestro tiempo estará limitado a 86.400 segundos diarios con los
que, por mucho que lo intentemos, no lograremos trabajar con éxito en más de
dos proyectos empresariales al mismo tiempo y, por eso, nunca seremos multiemprendedores
aquí y ahora.
Seremos monógamos sucesivos por necesidad, observaremos la
poligamia emprendedora instalados, si cabe, en un concubinato ocasional con
algún negocio al que no podremos atender como “manda la ley”, y deberemos estar
preparados para asumir todo ello.
Viviremos más y deberemos trabajar mucho más tiempo, seamos
emprendedores precoces o tardíos tendremos que adaptarnos, cambiar de Galatea
las veces que haga falta, aprender a gestionar el fracaso (probablemente un
hecho objetivo mucho más recurrente en nuestra larga vida empresarial que la
fútil sensación de éxito).
Empecemos por tanto hoy mismo a esculpir nuestra próxima
Galatea, enamorémonos de cada golpe de cincel y del polvillo que se fundirá con
el sudor de nuestro rostro. Disfrutemos con la
imperfección de la obra y hagamos que el mercado valore cuanto antes sus
atributos y su belleza intrínseca aún sin pulir.
Emprendamos sin que la incertidumbre sea un lastre, al fin
y al cabo ya sabemos que, tarde o temprano, tendremos que emprender de nuevo.
Enamorémonos mucho más de la idea de emprender que del
sueño de un emprendimiento perfecto que nunca existirá, o que, por etéreo,
apenas podremos disfrutarlo un leve instante antes de ver como se volatiliza
ante nuestros ojos inundados de lágrimas y mitología.
*Pigmalión, rey de
Chipre, buscó durante muchísimo tiempo a una mujer con la cual casarse. Pero
con una condición: debía ser la mujer perfecta. Frustrado en su búsqueda,
decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para
compensar la ausencia. Una de estas, Galatea,
era tan bella que Pigmalión se enamoró de la estatua.
Mediante la intervención
de Afrodita, Pigmalión soñó que
Galatea cobraba vida. En la obra Las
metamorfosis, de Ovidio, se
relata así el mito:
Pigmalión se dirigió a la
estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se
ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la
cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y
se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y
blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de
temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se
cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al
explorarlas con los dedos.
Al despertar, Pigmalión
se encontró con Afrodita, quien,
conmovida por el deseo del rey, le dijo "mereces la felicidad, una
felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado.
Ámala y defiéndela del mal". Y así fue como Galatea se convirtió en
humana.
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