El otro día, caminando por la
calle Montera de Madrid, a escasos metros de la Puerta del Sol, en una
tarde noche abarrotada de paseantes, turistas, arribistas y demás fauna de
diverso pelaje, me vino a la mente el despropósito de nuestro régimen especial
de los trabajadores autónomos donde la mayoría de los emprendedores estamos
porque no nos queda más remedio y donde a las prostitutas que, en ese y en
otros muchos lugares de España, prestan, sin ningún interés, por cierto, sus
servicios sexuales a todo aquél que esté dispuesto a pagar el precio que piden,
no les dejan entrar.
Sórdido mundo el de la
prostitución, como el del autónomo, sin protección ante los desmanes, siempre
pendiendo de un hilo, regateando con clientes que si la ocasión lo permitiese
nunca serían tales, en riesgo de exclusión, carne de cañón de enfermedades de
todo tipo y sin garantía de que en un futuro no muy lejano exista algún tipo de
protección social o pensión que haga su decrepitud más llevadera. Y lo mismo le
pasa a las putas.
El modelo de las putas
independientes o “putónomas” como las llamaré a partir de este momento es, sin
duda, la mejor lección de gestión empresarial que cualquier emprendedor puede
recibir en estos duros días de necesidad si está pensando en autoemplearse, mucho
mejor que cualquier master si uno tiene la paciencia suficiente y se para a
observarlas un poquito.
Haga frío o calor, estén bien o
mal de salud, ellas tienen que salir a vender(se), des-vistiendo sus mejores
galas, sonriendo y lidiando con una segmentación de clientes impuesta por como
sople el viento ese día. La competencia es brutal, las ofertas son del tipo “yo
no soy tonto” y cada día las nuevas tecnologías hacen mella en su negocio (el e-commerce de la autosatisfacción se
impone por inmediatez y por precio). La administración no les pide licencia de ‘apertura’ pero
impone cada vez más peajes a sus clientes, acosándolos para que se refugien en
otros vicios de mayor carga impositiva.
El emprendimiento llevado a su
máxima expresión. El crudo y real emprendimiento que apenas da para calentar el
lugar donde se trabaja, una horizontalidad de vuelta y vuelta que te hace
sentir usado y despreciado por aquellos que te compran un pedacito de tiempo
sin IVA. Lo mismo que también les sucede a las putas.
Si esto sigue así todos
acabaremos siendo putónomos o putónomas. Fuera del sistema, porque el sistema
nos expulsa con sus costes imposibles de pagar, levantándonos cada mañana sin
perder la dignidad que a la mayoría nos viene de serie, como el coraje,
luchando por nuestros hijos, por nuestros padres pero, sobre todo, luchando por
nosotros mismos para hacer frente al largo invierno que todavía nos queda hasta
que un día decidamos dejarlo o, simplemente, nuestra mala salud o la impaciente
fiereza de la lozana juventud nos saque del mercado y nos arroje a la cuneta.
Mientras tanto, no nos queda más
remedio, trabajemos a destajo pero con la conciencia muy tranquila, incluso
cuando la factura de nuestros servicios de supervivencia brille por su ausencia,
y por encima de todo no nos engañemos a
nosotros mismos con las manidas cantinelas de “yo lo puedo dejar cuando quiera”
o “esto es temporal hasta que encuentre algo mejor” porque quizá no nos dejen
salir de este agujero o quizá nunca haya nada mejor fuera de él.
Igual que Edward Lewis pudo
rescatar a Vivian Ward en Pretty Woman, quizá sólo nos quede soñar, como se
sueña en Hollywood, que alguna gran empresa nos saque de nuestra calle Montera
particular en donde ejercemos cada día el negocio de sobrevivir y quizá nos
haga ricos para siempre.
Quizá pueda sucedernos a alguno
de nosotros pero si es a ti al que le pasa, no te olvides nunca de todos los
que nos quedamos atrás, arropados por la tenue luz de una farola parpadeante
que alarga las sombras casi tanto como nuestra miseria.
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