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lunes, 13 de mayo de 2013

ESPAÑOLADAS


Sin duda Don Alfredo Landa lo consiguió: nació llorando entre las sonrisas de los suyos y murió feliz, sonriendo al recordar su vida, entre las lágrimas de los muchos que le querían.

Parece que con su muerte nos atrevemos a reconciliarnos con muchas de sus películas, especialmente aquellas en las que nos hacía soñar con una España orgullosa de serlo, con muchos defectos eso sí, pero también con muchas ganas de superarlos con la vista puesta en una modernidad que acabaría llegando sin renunciar a nuestro propio ser.

Sin embargo, hasta hace muy poco, esa comedia llena de testosterona ibérica, de argumentos sencillos y de grandes dosis de sociología, se consideraba un género menor, puro entretenimiento para la tarde de los sábados de una España con sólo dos cadenas de televisión.

¿Y si asumiésemos de una vez la realidad de lo que somos como país y nos pusiésemos a la tarea de fabricar un nuevo futuro para España desde ese punto?

¿Qué pasa si de verdad somos parte de una “españolada” y tenemos que construir desde ahí? Absolutamente nada.

Tenemos las libertades suficientes, el marco jurídico necesario y los ciudadanos adecuados para, usando aquellas sin traspasar los límites de éste, asumir la nueva realidad de reconquistar sentimientos olvidados que siempre nos han caracterizado, en especial el del sentido del humor o, más bien, la capacidad de reirnos de nosotros mismos.

Bajitos y cabreados, puede que sí, pues nos sobran motivos para lo último y parece que  no hay manera de crecer por culpa del fardo de deuda que cargamos en la espalda. Y parece que sin esos centímetros de altura que nos faltan no somos capaces de decirles a los demás países que esta realidad española es antinatural, que no queremos ser Alemaña o Espamania y que, de seguir así, nos enterrarán en un cementerio de intereses   en donde seremos zombis para siempre, pero de los malos, e iremos a por ellos y acabaremos todos en una Europa de muertos vivientes.

Mientras tanto seguimos escondidos detrás de la soflama, de la indignación ineficiente y de mucha demagogia. Somos otra vez las dos Españas que se miran, una desde el “esto no va conmigo” mientras se hace más y más pobre cada día y otra desde el “hay que recuperar lo que nos han robado” que sigue sin darse cuenta de que lo robado ha desaparecido irremisiblemente. Y en el medio, los de siempre, apoltronados en su condición natural del “ande yo caliente…” al margen de la ley.

Ante este panorama yo he decidido dejar de ver este país como una gran multitud de gente cabreada y empezar a mirarlo a través de los ojos de cada una de las personas que viven en él. Y desde que he empezado me he topado con miradas ilusionadas, con ojos que han decidido no derramar más lágrimas, con pupilas que se dilatan si les hablas de esperanza, con pestañeos nerviosos llenos de ganas de comerse el mundo, con miopías que ya no lo son tanto, en definitiva, con personas que ya no tienen ‘vendas en los ojos’ y están dispuestos a luchar por ellos mismos y, de paso, por esa nueva España sea ésta como sea.

Es cierto que muchas de esas miradas eran de emprendedores, de personas que ya han tomado la decisión de ser dueños y responsables de su destino, importándoles cada día menos lo que otros digan de ellos y de esa ‘locura’ que están a punto de cometer. Sus ojos me dicen que están absolutamente convencidos de su éxito, tanto o más que el propio Señor Landa cuando se trataba de ligar suecas y, no nos engañemos, eso es lo único que importa para empezar.

No sé si el “landismo”, en esa parte de sentido del humor y alta autoestima que rebosa,  podría ser un ejemplo perfecto para un emprendedor, pero sí que es una buena referencia para hacerle mirar hacia delante sin preocuparse del qué dirán. Algún día ese emprendedor podrá reírse de aquellos que llamaban “españolada” a su proyecto y ahora lo consideran digno de recibir un Goya.   

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