Sin duda Don Alfredo Landa lo
consiguió: nació llorando entre las sonrisas de los suyos y murió feliz,
sonriendo al recordar su vida, entre las lágrimas de los muchos que le querían.
Parece que con su muerte nos
atrevemos a reconciliarnos con muchas de sus películas, especialmente aquellas
en las que nos hacía soñar con una España orgullosa de serlo, con muchos
defectos eso sí, pero también con muchas ganas de superarlos con la vista
puesta en una modernidad que acabaría llegando sin renunciar a nuestro propio
ser.
Sin embargo, hasta hace muy poco,
esa comedia llena de testosterona ibérica, de argumentos sencillos y de grandes
dosis de sociología, se consideraba un género menor, puro entretenimiento para
la tarde de los sábados de una España con sólo dos cadenas de televisión.
¿Y si asumiésemos de una vez la
realidad de lo que somos como país y nos pusiésemos a la tarea de fabricar un
nuevo futuro para España desde ese punto?
¿Qué pasa si de verdad somos
parte de una “españolada” y tenemos que construir desde ahí? Absolutamente
nada.
Tenemos las libertades
suficientes, el marco jurídico necesario y los ciudadanos adecuados para,
usando aquellas sin traspasar los límites de éste, asumir la nueva realidad de
reconquistar sentimientos olvidados que siempre nos han caracterizado, en
especial el del sentido del humor o, más bien, la capacidad de reirnos de
nosotros mismos.
Bajitos y cabreados, puede que
sí, pues nos sobran motivos para lo último y parece que no hay manera de crecer por culpa del fardo
de deuda que cargamos en la
espalda. Y parece que sin esos centímetros de altura que nos
faltan no somos capaces de decirles a los demás países que esta realidad
española es antinatural, que no queremos ser Alemaña o Espamania y que, de
seguir así, nos enterrarán en un cementerio de intereses en donde seremos zombis para siempre, pero
de los malos, e iremos a por ellos y acabaremos todos en una Europa de muertos
vivientes.
Mientras tanto seguimos
escondidos detrás de la soflama, de la indignación ineficiente y de mucha
demagogia. Somos otra vez las dos Españas que se miran, una desde el “esto no
va conmigo” mientras se hace más y más pobre cada día y otra desde el “hay que
recuperar lo que nos han robado” que sigue sin darse cuenta de que lo robado ha
desaparecido irremisiblemente. Y en el medio, los de siempre, apoltronados en
su condición natural del “ande yo caliente…” al margen de la ley.
Ante este panorama yo he decidido
dejar de ver este país como una gran multitud de gente cabreada y empezar a
mirarlo a través de los ojos de cada una de las personas que viven en él. Y
desde que he empezado me he topado con miradas ilusionadas, con ojos que han
decidido no derramar más lágrimas, con pupilas que se dilatan si les hablas de
esperanza, con pestañeos nerviosos llenos de ganas de comerse el mundo, con
miopías que ya no lo son tanto, en definitiva, con personas que ya no tienen
‘vendas en los ojos’ y están dispuestos a luchar por ellos mismos y, de paso,
por esa nueva España sea ésta como sea.
Es cierto que muchas de esas
miradas eran de emprendedores, de personas que ya han tomado la decisión de ser
dueños y responsables de su destino, importándoles cada día menos lo que otros
digan de ellos y de esa ‘locura’ que están a punto de cometer. Sus ojos me
dicen que están absolutamente convencidos de su éxito, tanto o más que el
propio Señor Landa cuando se trataba de ligar suecas y, no nos engañemos, eso
es lo único que importa para empezar.
No sé si el “landismo”, en esa
parte de sentido del humor y alta autoestima que rebosa, podría ser un ejemplo perfecto para un
emprendedor, pero sí que es una buena referencia para hacerle mirar hacia
delante sin preocuparse del qué dirán. Algún día ese emprendedor podrá reírse
de aquellos que llamaban “españolada” a su proyecto y ahora lo consideran digno
de recibir un Goya.
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